Escuela
Luis Muñoz Rivera
San
Lorenzo
Prueba
parcial
ESPAÑOL
Nombre:________________________ Fecha:___________________
A.
Estándar:
Comunicación Oral Palabras leídas por minuto___________
CO.3.2 Lee textos informativos y literarios con fluidez
(Mínimo 80 palabras por minuto)
I. Lee el siguiente cuento:
Huibo y el mar, de Blanca Pérez Bueso
Sentado en la blanca arena, Huibo jugaba 7
distraído con
los caracoles.
11
Éste era el primer día que el
indiecito pasaba en la 22 costa.
23
Había llegado
con sus padres a establecerse 30
cerca del mar en busca de
pesca abundante. 38
Pero Huibo no se sentía feliz allí. Él no deseaba 48 abandonar sus queridas montañas. 52
Pero Huibo no se sentía feliz allí. Él no deseaba 48 abandonar sus queridas montañas. 52
Había nacido en las alturas y allí deseaba seguir. 61
Un día antes de partir, Huibo se despidió de las 71 montañas. Cada una de ellas le dio de recuerdo 80
su más preciado tesoro. 85
Cibao,la montaña de piedra, le ofreció una bella flor 95 silvestre que crecía solitaria en sus rocosas laderas. 107
Cibao,la montaña de piedra, le ofreció una bella flor 95 silvestre que crecía solitaria en sus rocosas laderas. 107
II. CONTINUA LA LECTURA ANTES DE RESPONDER A LAS PREGUNTAS DE COMPRENSION:
Caonao, la montaña de oro, le dio un granito de oro puro;
y
Otoao, la montaña que estaba tras otra, le regaló una linda pluma del pájaro de
los más bellos colores entre los que anidaban en ella. Tristemente se alejó
Huibo hacia el mar llevando sus regalos.
En
la playa se encontró con un enorme carey que había salido a poner huevos en la
arena. Huibo se dirigió a él:
—Carey, ¿has visto tú alguna vez una montaña?
—Sí —le contestó carey—, y muy grandes, por debajo del agua.
—¡Bah! —dijo el indiecito, despectivo— me refiero a las que están sobre la tierra y coronadas de sol.
—Bueno, las de allá abajo están coronadas de peces y algas, y también son muy bonitas.
—Mira —dijo Huibo, enseñándole orgulloso su flor, su granito de oro y su pluma—. ¿Puedes tú enseñarme algo que se compare con esto? Son los tesoros de las montañas, y me los dieron a mí de regalo.
—Si me das un poco de tiempo —dijo el carey—, te enseñaré cosas tan maravillosas como ésas.
Huibo le contestó:
—Pues te espero mañana aquí mismo, y veré a ver quién posee tesoros más valiosos, si tu mar o mis montañas.
Dicho esto, el indiecito se alejó dejando al carey muy pensativo.
Al otro día, Huibo llegó al sitio en donde ya lo esperaba el carey.
—¿Trajiste los tesoros? —le preguntó.
—Aquí los tienes —dijo la gran tortuga de mar—. Una blanca perla que puede compararse con tu grano de oro, una coralina anémona de mar que es tan hermosa como tu bella flor, y un penacho de verdes algas marinas para que adornes tus cabellos.
Huibo quedó asombrado; él no esperaba esto. Tenía que reconocer que eran muy lindos los tesoros que le habían traído. De pronto, tuvo deseos de hacerse amigo del mar y así se lo confesó al carey. Éste le dijo que nada le agradaría más al mar que tener como amigo al indiecito de las montañas. Quizá hasta llegarían a contarse secretos el uno al otro.
Huibo, con una amplia sonrisa iluminándole el rostro, iba a bordo de una canoa con su padre. Nunca se olvidaría de sus queridas montañas, pero ahora había hecho un nuevo amigo y juntos los dos tenían mucho que gozar.
—Carey, ¿has visto tú alguna vez una montaña?
—Sí —le contestó carey—, y muy grandes, por debajo del agua.
—¡Bah! —dijo el indiecito, despectivo— me refiero a las que están sobre la tierra y coronadas de sol.
—Bueno, las de allá abajo están coronadas de peces y algas, y también son muy bonitas.
—Mira —dijo Huibo, enseñándole orgulloso su flor, su granito de oro y su pluma—. ¿Puedes tú enseñarme algo que se compare con esto? Son los tesoros de las montañas, y me los dieron a mí de regalo.
—Si me das un poco de tiempo —dijo el carey—, te enseñaré cosas tan maravillosas como ésas.
Huibo le contestó:
—Pues te espero mañana aquí mismo, y veré a ver quién posee tesoros más valiosos, si tu mar o mis montañas.
Dicho esto, el indiecito se alejó dejando al carey muy pensativo.
Al otro día, Huibo llegó al sitio en donde ya lo esperaba el carey.
—¿Trajiste los tesoros? —le preguntó.
—Aquí los tienes —dijo la gran tortuga de mar—. Una blanca perla que puede compararse con tu grano de oro, una coralina anémona de mar que es tan hermosa como tu bella flor, y un penacho de verdes algas marinas para que adornes tus cabellos.
Huibo quedó asombrado; él no esperaba esto. Tenía que reconocer que eran muy lindos los tesoros que le habían traído. De pronto, tuvo deseos de hacerse amigo del mar y así se lo confesó al carey. Éste le dijo que nada le agradaría más al mar que tener como amigo al indiecito de las montañas. Quizá hasta llegarían a contarse secretos el uno al otro.
Huibo, con una amplia sonrisa iluminándole el rostro, iba a bordo de una canoa con su padre. Nunca se olvidaría de sus queridas montañas, pero ahora había hecho un nuevo amigo y juntos los dos tenían mucho que gozar.
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